La excursión de Silvia

Silvia estaba muy contenta: en pocas horas cogería el tren que la llevaría junto a su familia a ver a sus tíos a Madrid. Nunca había viajado tan lejos y se hacía muchas preguntas, ¿cómo sería Madrid ?, ¿le gustaría?, ¿cómo sería la casa de los tíos?, ¿haría frío? Ella creía que sí, porque su madre le había dicho que iban a ver la nieve, y la nieve de su nevera era muy fría: cuando la tocaba con las manos se le ponían coloradas y heladas. Había hecho su mochila metiendo cuidadosamente lo más importante que necesitaría para el viaje: su muñeca Alicia, sus lápices de colores y un cuaderno. El resto lo llevaba mamá en su maleta. Estaba nerviosa, ella sabía que su tía tenía muchas cosas mágicas y ella las iba a ver por fín. Con suerte conocería la casa de Jacinto, el duende que enviaba su tía para ver si se portaba bien, y que ella no conseguía ver nunca.

El viaje se le hizo eterno. ¡Qué ganas tenía de llegar! Para hacer tiempo, le dibujaba cosas a su tía, seguro que le gustaban. Cuando llegaron, empezó a caminar hasta que llegó a un sitio en el que… ¡se movía el suelo! Su madre le explicó que era para no cansarse de tanto andar, porque la estación era muy grande. Al final del todo vió a sus tíos, ¡qué emoción! En cuanto vió a su tía le dió besos y empezó a preguntarle por todo lo que iban a hacer y le enseñó los dibujos que le había hecho, mientras se atropellaban las palabras en su boca. Su tía reía y le enseñaba la estación, los trenes, el barrio, y por fín, su casa.

Al entrar en ella, vió dos ojos amarillos que la miraban fijamente. Con la emoción no se había acordado del gato de su tía, y de que le daba miedo, pero ya era tarde, estaba frente a él. Con cuidado se cogió de la mano de su madre y se fue para el cuarto de invitados, mientras miraba con desconfianza hacia aquellos ojos que la miraban fijamente.

–Mamá, el gato me mira mucho.

–Bueno, no te preocupes, verás como Flojo se duerme pronto. Anda, ayúdame con tu hermana, que hay que hacer muchas cosas.

Después de ayudar a su madre con el equipaje y su hermana, salió corriendo al oir a su tía que la cena estaba preparada. Le ayudó con la mesa y cenaron mientras hablaban de lo que iban a hacer el día siguiente. Silvia miraba hacia donde Flojo roncaba plácidamente y su tía, viendo a su sobrina preocupada, le dijo al oido:

–Flojo duerme por el día porque por la noche cuida de que nadie entre en casa, nos cuida y protege mientras dormimos. Esta noche también cuidará de vosotros y de vuestros sueños, para que no tengáis ninguna pesadilla.

Silvia miró a su tía con asombro e incredulidad, sin saber muy bien qué decir, y se fue a la cama, obediente.

A la mañana siguiente Silvia remoloneaba en la cama cuando oyó a su tía hablar con alguien y le decía que la levantara. Pensó que se lo estaba diciendo a su tío, cuando notó que alguien andaba por su cama muy suavemente. Se destapó la cara y oyó:

–¡Hola!

¡No se lo podía creer! ¡Un gato que hablaba! En ese momento, Flojo se echó junto a ella bocaarriba y empezó a ronronear mientras suspiraba de placer. Le acarició primero con cuidado, y terminó rascándole con fuerza detrás de la oreja, como le decía su madre que le gustaba a los gatos.

La verdad es que se lo pasó muy bien en el primero de muchos viajes a Madrid, conoció y visitó muchos sitios, jugó con sus tíos y vió las casas de duendes y otras muchas cosas mágicas que tenía su tía, pero lo que más le gustó de todo fueron las mañanas, cuando remoloneaba en su cama hasta que Flojo iba a despertarla con su saludo y jugar con ella, antes de irse a dormir, agotado por la noche de vigilia que había tenido cuidando los sueños de las niñas.

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