Relato: Cuidado con lo que deseas

Cuidado con lo que deseas

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Cuando se le pregunta a la gente ¿qué es lo que deseas?, la mayoría contesta dinero, salud, felicidad,… el día que me hicieron esa pregunta, yo iba absorta en mis pensamientos dándole vueltas a cómo resolver el problema de mates que había propuesto el profe en clase y respondí distraída «Poder resolver cualquier problema del mundo», harta ya a esas alturas de las mates, la física, la química y todas las dudas que tienen los adolescentes a esa edad.

No sé si se me cumplió el deseo ese día o si simplemente fuí desarrollando mi inteligencia sin parar, al contrario de lo que hacen los demás, pero poco a poco me fuí encontrando con el hecho de que podía resolver cualquier problema que me planteaban. No fue de un día para otro, sino más bien como cuando una máquina de tren a vapor empieza a moverse. Primero muy despacio, y después imparable. Veía toda mi vida como un continuo problema con miles de incógnitas y variables que sabía resolver una y otra vez. Y como si de un concurso se tratase, terminé por llevarme el premio. Mi curioso talento no pasó desapercibido para el sector privado y me ficharon. Primero me pusieron a resolver cuestiones banales, todos tenemos un pasado becario, para calibrar mi forma de resolver los problemas y cuáles se me daban mejor, más tarde me dieron tareas cada vez más sesudas, poniendo a prueba los límites de mi capacidad, hasta llegar a problemas que me tenían absorta meses y meses, durante los cuales llegaba a olvidarme de comer o dormir. Se dieron cuenta que en esos momentos necesitaba de alguien que velara por mí y no dejara que simplemente me consumieran mis pensamientos y muriera por inanición, sed o cansancio extremo. Además, para que mi rendimiento fuera el óptimo, me conectaron a distintos sensores que enviaban mi estado a unos potentes ordenadores, y éstos, a través de electrodos, me avisaban de que tenía que dormir, comer, beber,… y lo hacían a un nivel cerebral que me permitía seguir pensando en la solución sin distraerme en otras cosas.

Al principio todo fue rodado, yo me desentendía de lo banal, dejaba los pensamientos que no eran importantes para los ordenadores y yo me dedicaba a lo que realmente se me daba bien: pensar, buscar soluciones, aprender cosas nuevas para poder resolver más problemas. De lo que nadie se dió cuenta es de que las cuestiones que se me iban planteando ya no los proponían mentes humanas sino que, poco a poco, las redes de ordenadores eran los que me proponían los enigmas. Por otro lado, mi intelecto y sabiduría eran a esas alturas incuestionables, así que mis respuestas y soluciones eran incontestables y nadie se planteó si éticamente era lógico que la población tuvieran escaneados y dirigidos todos sus pasos, o hasta qué punto era legal que determinados humanos fueran conectados a una gran red neuronal, dejando que sus cuerpos fueran conservados en urnas, mientras el resto trabajaban sin descanso y sin posibilidad alguna de resistirse o negarse a ello por el bien común.

Ahora me encuentro en un tanque de una solución líquida rodeada de cientos de ordenadores que se encargan de la más mínima de mis necesidades, con mi cerebro conectado directamente a un ordenador que rastrea todos mis pensamientos en busca de cualquier signo de rebelión por mi parte. Cuando lo encuentra, me inyecta en esa zona cerebral una nueva pregunta, un nuevo enigma, de forma que no pueda hacer otra cosa que resolver miles y miles de cuestiones sin parar. Con el tiempo he aprendido a dejar determinados pensamientos y recuerdos en partes de mi cerebro a los que ningún ordenador por potente que sea, pueda acceder y crear así una resistencia. Ahora llega el reto más difícil para mí, resolver mi propia cuestión: ¿cómo revertir mi propia creación?

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