Relato: Implante cerebral

Era la tercera noche seguida que Jeff se despertaba sin razón alguna y se quedaba desvelado. Miró con cierta envidia a su pareja, que dormía plácidamente junto a él. Ella nunca tenía insomnio, al contrario que él.

Se dio media vuelta, resignado, mientras activaba su unidad cerebral recién implantada. «Seguro que esto no funciona, será otra noche más sin descansar y un día interminable, estaré somnoliento e irascible con todos, no me aguantaré ni yo mismo», pensó a la par que cerraba los ojos y buscaba mentalmente con la ayuda del implante, tal y como le había indicado su médico, imágenes y sonidos que le permitieran seguir disfrutando de un sueño reparador, pero al cabo de un rato se aburrió de paisajes bucólicos de playas y sonidos de olas en la orilla y comenzó a explorar las distintas opciones del implante. Se entretuvo un rato leyendo la prensa, escribió un par de respuestas a correos electrónicos, compró una sartén que estaba en oferta y sin darse cuenta fue cayendo en un suave sopor, hasta quedar envuelto en el sueño reparador que tanto había buscado.

En el centro de control de implantes habían tenido una noche movidita. «Todo un invento los implantes cerebrales», decían sin parar médicos, policías y políticos, ya que permitían monitorizar a cada individuo y su estado de ánimo, que ayudaban a pasar rápidamente una depresión, prevenían suicidios y delitos e incluso auxiliaban a los insomnes a conciliar el sueño. Pero andaban faltos de personal y los desvelados eran los últimos en ser atendidos por una legión de sufridos teleoperadores de implantes, que debían decidir si alguien estaba realmente a punto de cometer un delito, si los niveles de glucosa eran demasiado bajos, si la arritmia indicaba un fallo cardíaco inminente, o si había que enviar ciertas señales al cerebro para que la persona pudiera dormir o despertarse antes de tener un accidente.

Llegó el relevo de Larry, el teleoperador que monitorizaba entre otros a Jeff el insomne, con lo que pudo levantarse y estirarse largamente antes de coger el camino a casa. Adormilado, sopesó la idea de quedarse en una de las hamacas que proporcionaba la empresa para aquellos que estaban demasiado cansados como para llegar bien a sus hogares, pero desestimó la idea; un paseo y el aire fresco en la cara lo espabilarían. Al llegar a su dormitorio echó la persiana y cayó rendido en la cama. Se alegró de no tener una unidad implantada en el cerebro, le gustaba fantasear con la vecina de abajo al llegar de trabajar de madrugada y seguro que hubieran saltado las alarmas de más de un compañero suyo. «Si no fuera por la de empleos que genera el dichoso implante, ese cacharro del demonio sería la peor idea del ser humano», pensó Larry antes de dormirse soñando la misma bestial violación que le gustaría hacer a su vecina una y otra vez, como todas las madrugadas desde que la conoció.

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