Parecía la solución perfecta a todos nuestros problemas energéticos. Generar energía a partir del sol y el viento era lo que nos perpetuaría como especie, o por lo menos, así pensaban algunos, aunque después se vió que desatamos la furia de los cuatro jinetes del Apocalipsis. Pero empecemos el relato por el principio. El petróleo quedó como una pesadilla contaminante del pasado y el cambio al nuevo sistema de generación de energía no hizo sino agravar el verdadero problema mundial: la sobrepoblación. Nadie se daba cuenta de que la Tierra era incapaz de soportar tantos seres humanos. Todo sistema necesita de un equilibrio para funcionar correctamente y el nuestro había sobrepasado hacía tiempo el suyo. Y así, un día un volcán entró en erupción (y después otros más, como si de una explosión en cadena se tratara) sin previo aviso en nuestras avanzadas máquinas de detección de desastres naturales y su explosión fue tan espectacular que lanzó millones de partículas al cielo que ocultaron el sol durante meses. La catástrofe humanitaria unida a la ambiental por la noche eterna que nos sumió durante meses, nos tuvo lo suficientemente ocupados como para no prever el cambio climático que estaba produciéndose y que nos iba a generar mucho más viento del que íbamos a necesitar. Al principio respiramos aliviados al ver que nos ayudaba a generar más energía supliendo las malparadas placas solares, dado que quedaron inutilizadas por el polvo y la ceniza en suspensión que destrozaban las que tocaban. Pero después ese viento fue a más, llegando a romper aspas de los molinos y destrozando tanto su mecanismo interno como los brazos por completo. Llegado ese momento ya casi no nos importaba tener energía o no, dado que la hambruna y la sed mundial se había cebado con la población. La ceniza no sólo destrozó las placas solares, sino que envenenó la tierra y el agua, matando las plantas y animales y dejando agua envenenada allí donde se posaba. Al hambre, la sed y la falta de energía se unió la proliferación de epidemias.

Ahora, después de meses a oscuras, con vientos huracanados y falta de lluvia, sin energía y sin comida, sólo quedamos un 10% de la población mundial. Demacrados, exhaustos y débiles miramos cómo la naturaleza vuelve a resurgir y nos pone en nuestro lugar, como cuando un padre regaña al hijo díscolo y lo pone en su sitio. Escribimos esto en piedra, papel, madera y otros soportes duraderos para que quede constancia de lo que ocurrió y las futuras generaciones no vuelvan a caer en los mismos errores. Porque lo mismo la siguiente extinción masiva a la de los dinosaurios es la nuestra.

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