– Érase una vez un niño que…
– ¡Papá, papá! ¿Por qué todos tus cuentos empiezan así? Los cuentos de mamá nunca empiezan por el érase ese – Decía Luis mientras saltaba en la cama de un lado a otro y su padre lo miraba un tanto desesperado.
– Luis, para de saltar y acuéstate, que así revolucionas a Diego y después no os levantáis a tiempo por la mañana para ir al cole – Le respondió su padre mientras lo cogía y metía de nuevo entre las mantas.
– ¡Papá, un cuento, un cuento! – Seguía pidiendo Luis, mientras Diego reía desde su cama viendo cómo su hermano mayor se sentaba en la cama, dispuesto a no dormirse nunca.
Después de dos cuentos, por fin se quedaron rendidos los niños y su padre pudo irse a descansar también.
A media noche, Diego despertó a su hermano.
– Luis, tengo miedo, hay alguien en el cuarto… – dijo en un susurro.
– Ven, acuéstate conmigo, te hago un sitio- le respondió Luis mientras abría la cama para que Diego pudiera acostarse con él.
– Vale, pero dame la mano también – suplicó Diego, con un puchero en la expresión de su cara.
– Venga, pon tu osito en medio, verás como no pasa nada.
Diego se tapó corriendo y cogió la mano de su hermano mayor. Un poco más tranquilo, miró hacia fuera de las mantas y no vio más nada. Pero ambos empezaron a escuchar ruidos muy extraños en las ventanas y se abrazaron mutuamente mientras se escabullían por debajo de las mantas y sábanas. No querían ver qué había fuera, seguro que no era algo agradable.
De repente notaron que algo andaba en su cama, y con cuidado Luis sacó la cabeza.
– ¡Oh!
– ¡Shhhhh!
– Ho… hola.
– Lo sé. No hagas ruido, yo os protegeré.
Luis asintió lentamente con la cabeza y se metió debajo de las mantas de nuevo y entre susurros le dijo a su hermano que fuera había un dragón mágico de ojos amarillos y piel negra, que no se moviera, que los iba a proteger. En ese momento se dio cuenta de que todo el traqueteo de las ventanas había terminado, y que un bulto se había echado mansamente en su cama a dormir y hacía un ruido muy suave, como de un coche parado en un semáforo.
Ambos se quedaron dormidos hasta la mañana siguiente.
– Uf, vaya tormenta ha habido esta noche, chicos. Venga, levantaos – Dijo su padre por la puerta del cuarto despertándolos para el colegio.
Luis se levantó con cuidado mirando hacia donde debía estar el dragón, pero sólo vio una bola de pelo negro enroscada en una esquina de la cama, que empezaba a moverse lentamente. Diego sacó la cabeza con los ojos medio cerrados aún para abrirlos de par en par mientras veía cómo la criatura se levantaba sobre las cuatro patas lentamente y se estiraba y arqueaba su lomo, mientras abría su boca en un largo y pausado bostezo. Se abrazó a su hermano y a su osito a la par mientras no dejaba de mirar a la esquina.
– ¡Anda! ¡Pero si se ha colado un gato en casa durante la tormenta!
– ¡No papá, no es un gato cualquiera! – Dijo Luis – ¡Es un dragón mágico y nos ha cuidado esta noche! ¿Se puede quedar aquí, por favor?
– Este… preguntádselo a mamá, venga, que llegamos tarde al cole.
– ¡Mamá, mamá, tenemos un gato mágico en casa y papá dice que podemos quedárnoslo! ¿Podemos, podemos, podemos?
Y así fue como un lindo gato negro pasó a ser el mimado quinto miembro de la familia, con el nombre de Kreston, que siempre veló los sueños de Luis y Diego como prometió aquella noche.
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