Llegué justo cuando se iba el autobús y subí medio trastabillada. Una señora me miró mal cuando me senté a su lado. Al principio pensé que le había pisado pero después me di cuenta de que la mirada no era para mí, sino para las dos mujeres que quedaban a mi otro lado. Presté atención a lo que hablaban:
– Entonces, que yo me entere, ¿quién tiene el mono?
– Armando, el hijo de Paqui
– ¿Otra vez?
– Sí, hija, sí
– ¿Y quién es el siguiente? Porque digo yo que deben tenerlo todos, ¿no?
La señora de mi lado era una olla express a punto de reventar. A parches rojos y blancos, su cara expresaba ira, sorpresa y otras muchas cosas más, que me convencieron de levantarme antes de que me pillara a mí por medio. Justo en ese momento llegó otra mujer con un crío que arrastraba indolente un trapo marrón.
-¡Armando, no arrastres más al mono, que voy a tener que lavarlo otra vez!
En ese instante lo entendí todo y me levanté corriendo bajándome del autobús riéndome, mientras la mujer de mi lado miraba al niño con cara incrédula.
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