El perro corría, saltaba y jugaba a hacer como que mordía al niño, que reía y le tiraba de las orejas. Le hacía cosquillas con el morro, salía corriendo, brincaba, se revolcaba por el suelo, ladrando y jadeando. Alejandro lo llamaba de nuevo «¡Velociraptor, ven!» y él volvía saltando alegremente.
–Cuando Alejandro juega así con el perro del vecino, me da cosa, ¿no te pasa a tí, César? ‘Taco’ es muy grande, a ver si le muerde un día.
–Bueno, teniendo en cuenta que ayer jugaban a policías y ladrones y ‘Taco’ se llamaba ‘Agente del FBI’ y la semana pasada se montaba en él como si fuera un caballo y Alejandro el jefe sioux y hoy se dedica a cazar velociraptores con el perro, creo que a quien le tiene que dar miedo es al vecino. Sólo espero que no le haga mucho daño al pobre ‘Taco’.
Mientras, el perro cogía al vuelo un palo que Alejandro quería tirar como si fuera una lanza y se lo devolvía al niño para empezar de nuevo una alocada carrera. Eran estos momentos de intenso juego con el niño los que esperaba ‘Taco’ con impaciencia, aburrido de vivir en un piso pequeño y con un amo siempre ausente.
–’Taco’, mañana seguimos jugando y recuerda que te toca elegir a tí a qué jugamos–le dijo susurrando y asfixiado Alejandro mientras le levantaba la oreja.
–¿Podemos repetir, Ale? ¡Este es el juego que más me gusta, pero mañana seré un Rex y te cazaré yo a tí! ¡Tendrás que correr más que yo, o te comeré!–le respondió ‘Taco’ jadeando con fuerza. Se despidió del niño con un lametón y se fue a su casa, cansado pero feliz, pensando ya en volver a jugar con Alejandro..
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