El cazador acechaba a su presa pacientemente. Esperaba un momento de descuido por parte de ésta para saltar sobre ella. Era cuestión de tiempo que se distrajera con la comida y bajara la guardia, él podía esperar, el arte de la caza era algo que llevaba en la sangre.
“Esta vez no se me escapa, ya es mío”, expresaban claramente sus ojos de experto cazador. Relamiéndose, avanzó una pata sigilosamente, después la otra, se agazapó preparándose para el ataque.
– ¡Mira el gato! Es increíble, ya se ha vuelto a dormir, desde aquí oigo sus ronquidos. Menudo cazador tenemos, menos mal que no necesitamos que limpie la casa de alimañas –dijo la dueña mientras salía al patio a recogerlo, todavía grogui por la siesta que acababa de echarse.
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